La Alcaicería

Es otro núcleo provisto de triple lectura histórica: el origen nazarí, el devenir castellano y las transformaciones del siglo XIX causantes de su imagen actual; tres estratos superpuestos con visiones diferentes, entre la nostalgia y el pintoresquismo romántico. Su nombre viene del arábigo al-Kaysariyya, relativo al pago de derechos al césar (o emperador bizantino) por la comercialización y custodia de ricas mercancías, especialmente la seda. Hubo varias en la España islámica (Toledo, Córdoba, Sevilla, Valencia, Palma, Málaga, Almería o Vélez-Málaga), pero sólo la de Granada ha sobrevivido, si bien mutilada y reconstruida ex novo en el siglo XIX. Su fundación parece remontarse al periodo nazarí, siendo las primeras noticias documentales que se poseen sobre ella alusivas a mediados del siglo XV.

La Alcaicería granadina fue erigida en el mismo núcleo de la medina islámica, cerca de la mezquita aljama y en un entorno saturado de tiendas y establecimientos manufactureros, como un tradicional zoco. Por su función relativa al comercio de la seda, se configuró como un entorno protegido mediante casa-muro: un cuadrilátero con frentes al Zacatín, Tinte, Oficios y Bibarrambla, provisto de nueve puertas, que se cerraban de noche, salvaguardando las riquezas de las numerosísimas tiendas del interior.

Tras la conquista pasó a denominarse Real Sitio y Fuerte de la Alcaicería de Granada, debido a que, al pertenecer al patrimonio regio, se puso bajo el gobierno de los Mondéjar, alcaides y capitanes generales de la Alhambra y Reino de Granada. El conjunto estuvo vinculado a la Corona desde 1492 hasta 1868, lo que posibilitaría en parte la conservación y mantenimiento de sus tiendas, alquiladas a particulares. Así lo vio Navaggiero poco después de la conquista de la ciudad.

“Espacio cerrado con muchas callejas por todas partes llenas de tiendas, donde los moriscos venden seda y multitud de baratijas; es como una mercería o un Rialto entre nosotros y allí hay mil cosas, especialmente seda labrada”.

Historia

En el siglo XVI tenía cerca de 200 tiendas, número que se redujo a la mitad en las dos centurias siguientes (117 puestos en 1787), debido a la decadencia paulatina del arte de la seda. Para paliar sus efectos se abrieron otros negocios textiles (paños, lienzos, oro, lino), así como trabajos en cuero, zapatos, cacao, especias, etc. Se accedía al conjunto por 10 puertas (una más que en época islámica), de cuyos arcos pendían cadenas de hierro que lo identificaban como de privilegio real e impedían el paso de cabalgaduras, mientras que en su cara interna se ubicaban altares o tribunas con imágenes devocionales dedicadas a Nuestra Señora. Las calles, de empedrado granadino, eran angostas y producían una sensación laberíntica, más por su número que por trazado, pues se piensa que eran casi ortogonales. Muchas de ellas desaparecieron para levantar almacenes y huertos primero, y luego edificios de renta.

El aspecto de las tiendas debía ser variopinto, carente de una clara estructura arquitectónica: apretados espacios de un solo piso pintados a la almagra, que se abrían a la calle con tablones desmontables o abatibles desde el techo mediante pescantes de hierro, tan pequeñas que impedían pernoctar en ellas. De hecho, los viajeros ingleses de principios del siglo XIX contaban que eran tan reducidas “que el dueño se sienta en el centro y puede alcanzar cualquier objeto con la mano sin tener que levantarse”.
Se concentraban las tiendas en la parte occidental, más cercana a Bibarrambla, donde dominaba el carácter mercantil.

La función administrativa estaba en la parte oriental, que presentaba algunas minúsculas placetas y edificios como oficinas para el comercio de la seda, para el almotalefe (inspector), fieles (exactitud del peso) gelices (custodia y venta en subasta), hafiz (custodia del sello) y zaguacador (pregonero); también, las aduanas de paños, lino, especiería, azúcar y seda. De todas ellas, la más importante era, lógicamente, la última, ubicada junto a la placeta de los Gelices y calle del Tinte.

Destruida con la alineación de esta calle, en torno a 1882, poseía un arco árabe de fino calado, que fue desmontado para llevarlo a uno de los museos de Granada, en cuyos almacenes aún debiera permanecer, aunque sin identificar. Repartidos por otros ámbitos de la Alcaicería estarían la casa del alcaide (habitada por éste o su lugarteniente, el sotalcaide), el cuerpo de guardia y el cuarto de los perros, que eran soltados por la noche para la vigilancia del conjunto.

Cultos religiosos

También había lugar para espacios religiosos, aparte las reseñadas tribunas de las puertas y dos mezquitas suprimidas poco después de la conquista. Existió una ermita en la calle que lleva ese nombre, en el cruce con un pasaje lateral. Se trataba de la ermita del Santo Cristo del Rescate, erigida quizás a finales del siglo XVII y ampliada en 1743, para dar culto a un devocional crucifijo. A finales del siglo XVIII pasó a llamarse de Nuestra Señora, siendo de planta rectangular, con un tramo de nave y cupulilla con linterna. Reconstruida en 1844 por José Contreras, sería demolida en 1871.

Este largo comentario corresponde a la antigua Alcaicería, ya en franca decadencia en el primer tercio del siglo XIX. La imagen actual del conjunto es hija de un terrible suceso, acaecido la madrugada del 20 de julio de 1843: un voraz incendio que en seis horas destruyó por completo la zona occidental, relativa a las tiendas. Muchos de sus comerciantes acabaron en la ruina, mientras que la ineficacia de los servicios de extinción obligaría a replantear la dotación de bomberos de la ciudad. La reconstrucción de la Alcaicería no se hizo esperar, mediante un proyecto de corte neoárabe debido a los arquitectos Salvador Amador, Juan Pugnaire, Baltasar Romero y José Contreras, que incluía algunos retoques en el trazado, consistentes en ensanchar ligeramente las calles y perfilar su alineación. La parte oriental, salvada del fuego, presenta un perfil más irregular, dado que junto a decoraciones neoárabes quedan a la vista los testeros de los altos edificios que dan al Tinte y al Zacatín, fruto de las alineaciones practicada a partir de 1881, que terminaron por hacer desaparecer lo poco que quedaba de la primitiva Alcaicería.

El resultado de la reconstrucción es la Alcaicería que hoy vemos, con yeserías de imitación nazarí, capiteles cúbicos y ornamentación pictórica inspirada en la Alhambra, frente a la arquitectura original en ladrillo y madera, sin exornos. La intervención satisfizo a pocos, pues aunque se ganó una segunda planta para almacén, los vanos eran tan bajos que quedaban a nivel de las solerías; por otro lado, los altos costes obligaron a subir los alquileres, causando paradójicamente una mayor decadencia de la actividad comercial, mientras que los adornos fueron calificados como pastiches por parte de los historiadores de la época, conscientes de la pérdida de la singularidad del antiguo espacio islámico. Con todo, hoy día es la Alcaicería una curiosa adaptación de la arquitectura neoárabe a los intereses mercantiles de la ciudad décimononica, cercano más en esencia a un zoco que a los coetáneos mercados y galerías de hierro y cristal.

Es justamente el tópico de zoco artesanal y mercantil el que da vida a este original espacio neoárabe –galería comercial única en su estilo en toda España- en épocas relativamente recientes, cuando tras una larga postración se venden a partir de 1941 los productos artísticos granadinos del tallista Miguel Mariscal: punto de partida de nuevos bazares de bisutería, bronces, taraceas, cerámicas, etc, que aportan notas de color y animación a este mercado. Hoy día el profundo deterioro y la degradación de estructuras y ornatos exige una pronta intervención en el conjunto de la Alcaicería