El valle del Guadalfeo

El río Guadalfeo, el ‘Guadalquivir’ de la Alpujarra, ha ido modelando durante siglos el paisaje abrupto, exuberante y realmente bello que constituye esta parte de la comarca. Una región aislada y bastante desconocida, menos turística que otros lugares que, sin embargo, reúne un ramillete de poblaciones únicas, poco alteradas y sorprendentes con un rico pasado histórico de importantes minas, famosas sederías, molinos y artesanos.

Entre la Alpujarra y la Contraviesa, el Guadalfeo de los árabes o el río de la Sierpe cristiano es ciertamente un surco de vida, de historia y de tradición digno de conocer.

Itinerario
Partiendo de Órgiva, río arriba, la ruta descubre el antiguo poblado minero de Tablones y llega a Torvizcón, célebre por sus hogueras de San Antón. Luego, tras cruzar el Guadalfeo por alguno de sus tres pasos, aparecen hasta seis pueblos que en la vertiente sur solazan entre verdes barrancos y bellas laderas de huertas y arroyos: Almegíjar con su recoleto anejo de Notáez; los exuberante Cástaras y Nieles; y Lobras con Tímar como bello apéndice. La ruta concluye en Cádiar, cabecera de la comarca.

Río arriba y tras pasar la gran anchura de Tablones con sus frescas alamedas, en la primera mitad de su recorrido el Guadalfeo desciende encajonado entre grandes paredes, por un lado la escarpada Sierra de Juviley y al otro la Sierra de la Joya con su pico Mojón, a 1178 metros como mayor altitud. Son verdaderos cortados de roca a ambos lados en esta angostura que se conoce como Garganta o Boca de Dragón, entre los pinares de repoblación de sus laderas.

“Una intrincada maraña de riscos, tajos y matorrales, puestos de acuerdo con bárbara ferocidad para hacer intransitable aquella altura”, como decía Alarcón al pasar por aquí. Eran otros tiempos y no existía la actual carretera que presenta todavía un tortuoso pero espléndido recorrido atravesando el río Alhayón, la rambla de Alcázar e incontables pequeños barrancos.

A la altura de Torvizcón el río se junta con su amplia rambla y se vuelve mucho más ancho, vadeable y amplio hasta llegar a Lobras. En la vertiente sur aparecen los sucesivos pueblos, tendidos al sol para nutrir sus cultivos, como una especie de mural verde y gris de la tierra con tachuelas blancas a varias alturas. En toda la zona los barrancos llevan abundante agua, salvo en verano en que el paisaje se vuelve más duro, seco y agreste.

Por último, en el curso final del Guadalfeo, que en realidad es la cabecera del río, éste se encajona y la carretera se tuerce y retuerce una y otra vez para salvar los continuos barrancos que bajan al Guadalfeo: del Juncal, de la Toba, de Verdevique o del Lagarto por su vertiente norte y la rambla de Notáez, barranco de la Alberquilla, rambla de Nieles, barranco de Lobras y de Albayar en la vertiente sur.

Almendros y olivos componen el principal elemento vegetal de toda la región dejando las viñas en la zona alta de la Contraviesa. Antiquísimos ejemplares de olivo que se sostienen en las terrazas de piedra de tal manera que, a veces, no se sabe si el balate sostiene al olivo o es al contrario.

Toda esta zona está salpicada por decenas de cortijos, más de un centenar. Son antiguas cortijadas donde vivían y trabajaban una o varias familias que, en su gran mayoría, están ahora deshabitadas. Pero, en algunos casos y por fortuna la vida ha vuelto a ellos como en el caso del cortijo Garín que acaba de ser restaurados para el turismo rural, en el camino de la Contraviesa. Para que los turistas puedan dormir bajo el cielo estrellado del Guadalfeo y disfrutar todavía más de las virtudes de esta comarca cautivadora.