Un paseo por Monachil

La duración del paseo por un pueblo depende de la capacidad de asombro del que lo pasea, independientemente de que se pueda pasar varias veces por el mismo lugar: el paseo por Monachil, seguramente, durará mucho. Empecemos donde empecemos, la norma es no separarse nunca del río: por el frescor, por el agua, por lo que, de vida, representa y porque las casas tampoco se separan nunca de él.

Podemos comenzar nuestro paseo en la Plaza Alta, junto a la Iglesia. Hay que darle la vuelta a la Iglesia, por la calle Tras Torre, para darse cuenta de que está “asediada” por las casas colindantes, lo cual, aunque le quita protagonismo, tiene su encanto: no es malo el contraste del ladrillo y la piedra con la cal.

A continuación, cual si saliéramos del templo por la puerta principal, enfilamos la calle Iglesia para desembocar en San Antonio Abad disfrutando de cada rincón, cada puerta, cada balconcillo que encontramos a nuestro paso. Imprescindible pasear la Calle Alta que, quebrando en subida, nos conduce a la Calle Barranco que nos hará descender hasta la Plaza Baja. De ahí, por las calles Tienda o Pósito, que recuerda el antiguo depósito que regulaba el precio y distribución del grano, volveremos al lugar de partida. Frente a la torre de la Iglesia se encuentra la Casa del Molino, el edificio civil más importante de Monachil.

La Casa del Molino o de los Señores de Aragón perteneció a la familia Venegas Pintor y Pérez Valiente, descendientes de Don Alonso Venegas. Su fachada principal es de cantería, con portada adintelada con moldura y escudo heráldico. Sobre ella se sitúa un balcón protegido, al igual que las ventanas, por guardapolvos. Todos estos elementos son difíciles de percibir a partir de primavera ya que, en esta época, una enredadera, que consigue aunar arte y naturaleza, la cubre totalmente.

Al primitivo edificio, del siglo XV y reformado en el XVI, se le incorpora un nuevo módulo en 1780. En el interior se puede admirar un precioso patio porticado que presenta pilares octogonales dóricos, en su parte inferior, y galería con balaustrada de madera y pies derechos y zapatas, cerrada con cristales, en la superior. Los pilares no soportan directamente las vigas de madera ya que existen zapatas entre ambos elementos y el corredor que rodea el patio está cubierto por alfarjes de madera. Se adorna todo este conjunto con una fuente central.

Desde este espacio, o bien por puerta exterior situada a la izquierda de la principal, pasamos a otro patio mucho más sobrio que, por su estructura, aparte de más moderno, evidencia funciones bien distintas. Mientras el anterior módulo respondería, esencialmente, a fines residenciales, éste sirve para usos mucho más prácticos: albergar las instalaciones del molino y todo lo que ello conlleva. En dos de sus estancias encontramos el molino, con sus muelas y tornillo de abastecimiento; las distintas poleas que transmitían el movimiento y la prensa del aceite.

Es el momento de cruzar el río y pasear por la solana. Si lo atravesamos por el primer puente, desembocaremos en la Plaza de Miraflores desde donde nos dirigiremos, de las dos calles que vemos enfrente, a la más estrecha, la de la izquierda, que sube y, enseguida, en precioso quiebro, tuerce a la izquierda.

La Calle Cascajares, que así se llama, nos transporta sobre el pueblo y sobre el río y, si la seguimos –baja un poco y el camino se hace de tierra-, se convierte en una agradable vereda que, junto a la acequia de las Provincias, nos conducirá, primero al Molino del mismo nombre y, más tarde, al Yacimiento Arqueológico del Cerro de la Encina. La vuelta, por el mismo camino, nos permitirá apreciar la fértil vega del Monachil y, ya en el pueblo, en su parte más alta, chumberas y paratas de, a simple vista, imposible labor, que delimitan el núcleo urbano.

Si, por el contrario, el puente que atravesamos es el segundo, enfrente, un poco más arriba, la Calle Cuevas gira bruscamente, subiendo –como casi todas las de este barrio- para ofrecernos una espléndida panorámica del pueblo, en la que destaca la torre de la iglesia, y del río. Al final bajamos, por escalones, a la Calle San Miguel que nos deja de nuevo, sin olvidar echar un vistazo a la Calle Ruiseñor, en la Plaza de Miraflores. Nos llamarán la atención, en estos últimos recorridos, la existencia de cuevas o casas-cuevas, algo no habitual en otros municipios de la zona.

Terminaremos nuestro paseo por la Calle Carreras, ya en el Barrio Alto, en dirección al Camino del Purche, donde, aparte de las empinadas calles y estrechos y quebrados callejones, nombres como Calle Tejares nos recordarán que, antiguamente, ésta era una actividad frecuente en Monachil.