La Plaza de Mariana Pineda, anteriormente denominada del Campillo Alto y también de Bailén, está configurada como hoy la conocemos por el Capitán General Francisco Javier de Abadía en el siglo XIX. Entre 1833 y 1843 se decoró su centro con el monumento de la heroína granadina que le da nombre, mandada erigir por el municipio en 1841, once años después de muerta al ser ajusticiada mediante garrote vil por negarse a delatar a quien dejó en su casa una bandera a medio bordar, en la que por encargo suyo se podía leer el lema “Igualdad, Libertad y Ley” (es decir, un símbolo en defensa de la libertad y contra el absolutismo de Fernando VII).

 

Esta estatua de la conocida como “Heroína de la Libertad” fue labrada sobre un pedestal de piedra (que incluye en cada uno de sus cuatro frentes la leyenda “Granada al heroísmo de Doña Mariana Pineda. La posteridad admirará sus virtudes. Víctima de la Libertad. Con el secreto inmortalizó su nombre”) entre 1869 y 1870 por Miguel Marín y su discípulo Francisco Morales, pero no en bronce como se había previsto inicialmente, adoleciendo además de nobleza, lo cual suscita desde entonces críticas bastante desfavorables. Para entonces estaba rodeada por casas de pequeño tamaño con una o dos plantas llenas de aires moriscos y sin ninguna calidad estética, que le conferían el típico aspecto de una plaza de pueblo pero que, dotadas de cierta armonía, permitían además divisar los quebrados perfiles de Sierra Nevada.

 

Su transformación se inició a mediados del siglo XX, cuando la urbanización de “La Manigua” durante la época de Gallego y Burín hizo que la recién abierta calle Ángel Ganivet incidiera sobre este espacio abierto. Desde entonces, sus primitivos edificios han venido siendo sustituidos por otros de mayor altura pero sin ninguna entidad arquitectónica, lo cual contribuye enormemente a la alteración de su unidad y estilo, algo reconducidos gracias al mayor desarrollo alcanzado por la vegetación y los árboles que envuelven la zona y el monumento que la centra, que de esta forma queda enmascarado y con menor resalte.

 

La pérdida del teatro Cervantes contiguo transformó su ambiente definitivamente, dotándola de cierto aire triste que quizá exija la estatua a la que está dedicada y que, al igual que los romances con su leyenda difundidos por toda España en su época, aún hoy persiste manteniendo su memoria en el imaginario colectivo del pueblo. Recientemente se ha realizado una remodelación de su pavimento que ha generado un reticulado de contraste entre las losas grises y las piedras blancas típicas del empedrado granadino que las une; así como una limpieza y adecuación de la escultura, los surtidores de agua, los jardines que la rodean y la reja de hierro que la protege.